¿Y ahora, qué?

Al terminar diciembre de 1978, según el balance del Banco Central de Reserva', el total de dinero en circulación y depósitos -es decir, los billetes fabricados por la famosa “maquinita”- alcanzó la cifra de 149 mil 446 millones de soles. Digamos, para redondear, 150 mil millones.

Casi todo ese dinero es de fabricación reciente. A fines de setiembre de 1968, en vísperas del golpe del 3 de octubre, que inició el régimen actual de dictadura, el total de billetes era de 13 mil millones de soles. Casi 137 mil millones han salido de la maquinita desde entonces. Cuando la dictadura se ufana de “haber hecho más en diez años que en casi 150 años anteriores de República”, como alguna vez se ha dicho, hay que darle la razón en cuanto se refiere a la fabricación de billetes. De cada cien soles que circulan hoy, noventiún soles con treinta centavos deben su existencia a la dictadura, sólo ocho soles con setenta centavos existían antes.

Aunque hay ahora once veces y media más dinero que en 1968, los peruanos no vivimos hoy once veces y media mejor que entonces. Ni siquiera -tomando en cuenta el aumento en la población- vivimos hoy ocho y media veces mejor que en 1968. Ni cuatro veces; ni dos veces; ni una vez y media. Ni siquiera vivimos igual que antes; vivimos peor que antes de la “revolución”.

Hace poco, en un cursillo dictado para empresarios en ESAN, funcionarios del Banco Central exhibieron cifras que demuestran que, aunque los sueldos y salarios se han elevado nominalmente varias veces en los últimos años; es decir, en la cantidad que indican los billetes que el trabajador retira de la ventanilla, esos mismos sueldos y salarios han disminuido considerablemente en esos mismos diez años en su valor real, es decir, en la cantidad de cosas que pueden comprar en el mercado. Los precios han subido mucho más rápidamente.

La razón es muy sencilla. Ha aumentado la fabricación de billetes, pero no ha aumentado la producción de las cosas ni de los servicios que pueden comprarse con esos billetes. Hay más dinero para comprar menos cosas: entonces cada cosa cuesta más. Los únicos “servicios” que han aumentado enormemente en estos últimos diez años, aun los que nadie pide ni necesita pero todos pagan a la fuerza, son los “servicios” del Gobierno. Y esa es la razón de que se haya fabricado tanto billete.

Tal vez en algunos países más desarrollados las complejidades de la economía permitan a los economistas y políticos entretenerse en discusiones sobre si hay otra causa de inflación aparte de los gastos excesivos del Gobierno. No es probable que la encuentren, pero es un lujo que se pueden dar allá. No en el Perú. En nuestro país hay que ser o demasiado tonto o demasiado vivo para pretender que la inflación pueda tener causa diferente a los déficit gubernamentales. Si alguien pudo tener una duda, la experiencia de los presupuestos “revolucionarios” de los últimos diez años debe habérsela quitado.

Se comenzó con los “déficit de apertura”: con los déficit “manejables”. Después los déficit se desbocaron y ni las voces de mando de la dictadura sirven ya para detener su carrera. En la época en que el Perú tenía gobierno democrático un déficit de mil millones de soles era suficiente para hacer caer al Ministro de Hacienda, cuando no a todo el Gabinete, y hasta ponía a prueba la supervivencia del régimen. Hoy oímos hablar con toda tranquilidad de un “déficit de apertura” de muchas decenas de miles de millones de soles, y hasta se insinúa que debemos dar las gracias por los sacrificios que se impone el Gobierno para no “abrir” el presupuesto con cien mil millones de déficit. (Y cerrarlo sabe Dios con cuántos miles de millones más).

Por eso, hoy en el Perú, hasta el Ministro de Economía y Finanzas y el Presidente del Banco Central de Reserva tienen que empezar por reconocer como han hecho en sus últimos discursos y exposiciones, que el encarecimiento pavoroso que vivimos -la “inflación maldita”, como la ha denominado uno de ellos- es obra del déficit presupuestal, de los gastos excesivos del Gobierno.

Efectivamente, en los últimos diez años la dictadura ha dispuesto para sus gastos de varios cientos de miles de millones de soles, financiados en gran parte con los billetes de la “maquinita”, es decir, con el más cruel de los impuestos: el que castiga más al que menos tiene.

Ahora bien, a mediados de 1978, cuando asume la cartera el actual Ministro de Economía y Finanzas, el total de circulación y depósitos había sido de 117 mil millones de soles, nueve veces más que al comenzar la dictadura. Cinco meses después, este total había ya subido a 130 mil millones, diez veces más que al 3 de octubre de 1968. Que en diciembre último haya llegado a casi 150 mil millones -once y media veces más que a fines del último gobierno democrático-, indica que aun los bomberos de la economía siguen echando fuego a la hoguera inflacionaria. Y a qué velocidad. Cinco meses les bastaron para imprimir tantos billetes como había impreso la República hasta el 3 de octubre de 1968. Un solo mes ha sido suficiente para fabricar una vez y media esa misma cantidad.

Pero no sólo de la “maquinita” ha estado obteniendo recursos el Gobierno para su política de derroche en estos últimos diez años. Después de largos silencios, y de algunos juegos de cifras, hemos terminado por saber, sólo por reciente exposición al país del actual Ministro de Economía y Finanzas, que el endeudamiento externo alcanza a casi 9 mil millones de dólares. Aun con el tipo oficial, oficial que, está varios puntos por debajo del mercado, eso significa que la deuda externa alcanza actualmente a 1 billón y 800 mil millones de soles; 1,8 millones de millones de soles. Si se quiere imaginar cuánto es 1.8 billones de algo, calcúlese la cantidad de segundos que entran en 58,400 años.

¿Cómo se ha podido llegar a endeudar al Perú hasta ese extremo? Cuando se produjo el golpe de 1968, la dictadura encontró una deuda muchísimo menor. Sin embargo, no era una deuda diminuta; y tan no lo era, que uno de los pretextos esgrimidos para derrocar al Gobierno democrático fue precisamente el monto a que alcanzó la deuda externa bajo ese Gobierno.

La dictadura encontró muy pronto otra circunstancia favorable. Nuestros productos de exportación comenzaron a alcanzar precios elevados en los mercados mundiales, y se sostuvieron a tales niveles durante considerable tiempo. Ello significaba mayores ingresos para el país en general y holgura para los gastos del Gobierno. Esa riqueza, tanto la del país como la del Estado, debió haberse sembrado en el desarrollo del país, que lo necesitaba en todos los órdenes: aumento en el área y el rendimiento de las tierras de cultivo, ampliación de la base industrial, puesta en explotación de los recursos minerales, vías rápidas y eficientes de comunicación, líneas suficientes y oportunas de crédito y, ciertamente, fortalecimiento en todos los puntos críticos de las necesidades sociales de la población: alimento, salud, educación, vivienda.

Todo ello debió haberse hecho con audacia y prudencia al mismo tiempo; con sentido de futuro: para asegurar que lo que se gastara en época de abundancia estuviera tan bien empleado que su rendimiento sirviera para contrarrestar las penurias de la previsible época de escasez siguiente. Desde tiempos bíblicos se sabe que los ciclos de las vacas gordas se turnan con los ciclos de las vacas flacas; y que la mejor política es destinar los excedentes de hoy a reproducirse para crear las reservas que habrá que usar mañana.

Nada de eso hizo la dictadura; increíblemente utilizó la holgura no en gastos reproductivos sino en experimentos destructivos de nuestra economía nacional; y en vez de crear reservas con los excedentes, los disipó hasta convertirlos en deudas, que no otra cosa son las “reservas negativas” de las que nos ha hablado el propio Ministro de Economía.

Los bancos y los proveedores extranjeros no perdieron tiempo en seducir con facilidades de crédito a la dictadura. Esta desarrolló un apetito tan voraz por el gasto extravagante que no moderó el endeudamiento ni siquiera cuando los precios de nuestros productos dejaron de subir en los mercados mundiales e iniciaron su declinación.

Había llegado la época ae las vacas flacas. En vez de fortalecer las bases de la economía nacional, la dictadura se había dedicado a socavarlas con su derroche de recursos, cuando no francamente a demolerlas, so pretexto de “reforma de estructuras”. Entre los modelos propuestos por la fábula, la dictadura había despreciado la previsión callada y laboriosa de la hormiga y optado, en cambio, por el desenfado estentóreo e ineficaz de la cigarra. Y, como la cigarra, naturalmente, se quedó sin más reservas que las “negativas”: y para sobrevivir no se le ocurría otra cosa que pedir préstamos a quienes, como la hormiga, sí habían sabido trabajar y ahorrar.

Como deudor, la dictadura ofrecía algunos atractivos ilusorios que, por un tiempo, podían distraer a los prestamistas y proveedores. Por lo pronto, la fuerza de la costumbre: la holgura inmediatamente anterior, aunque ya inexistente, había creado una confianza en que la bonanza persistiría a pesar de la baja de los precios de Tos productos peruanos de exportación.

Por otro lado, las reformas “estructurales” de la dictadura fueron presentadas por su propia propaganda, y así lo repetía buena parte de la crédula prensa izquierdista o “progresista” del mundo, como capaces de hacer casi instantáneamente todos los imaginables y deseables milagros económicos y sociales: la reforma agraria; la comunidad laboral y la propiedad social; la estatización de los recursos naturales, de las industrias básicas y los servicios públicos; la “socialización” de los diarios y la “concientización” educativa bastarían para convertir al Perú en el mejor de los mundos; y no sólo haría moralmente mal sino que perdería económicamente, oportunidades de buenos negocios, quien no colaborase con la dictadura “humanista”...

El otro factor que aprovechó la dictadura para ilusionar a sus acreedores, era la buena reputación como deudor, pagador puntual de sus obligaciones, que merecidamente había alcanzado el Perú bajo los gobiernos precedentes. Así, cada nuevo empréstito era una nueva satisfacción, tanto para el Gobierno, que disponía cada vez de más recursos para gastar, cuanto para los banqueros y proveedores internacionales, que confiaban haber encontrado un gran cliente y un filón duradero de excelentes negocios.

Ambos, pese a la caída de los precios internacionales, esperaban seguir indefinidamente por ese camino. Mientras tanto, la opinión pública no recibía informaciones fidedignas sobre las cifras de la deuda externa. Es típico de las dictaduras mantener en secreto los asuntos públicos. Y, ciertamente, los diarios confiscados guardaban silencio sobre éstos y otros asuntos públicos; pues, si no, ¿para qué los habría confiscado la dictadura?

Cuando por primera vez un Ministro de Economía, el ingeniero Piazza, se propuso decir la verdad al país (y para ello trató antes de averiguarla él mismo, pues confesó paladinamente que no disponía de esa información completa), encontró tantas dificultades que tuvo que renunciar. Y la dictadura volvió a embarcarse en el plan de grandes gastos, deudas, y “maquinazos” más o menos ocultos. Hasta que la crisis se hizo incontenible, inocultable; y el actual Ministro de Economía reveló el monto de casi nueve mil millones de dólares de la deuda externa.

Es increíble cómo se pudo llegar a tal endeudamiento, sin tratar siquiera de evitar que coincidieran las fechas de vencimiento de las obligaciones de pago de capital e intereses. Esos vencimientos se acumularon peligrosamente, colocando al Gobierno en la imposibilidad material de atender a sus pagos en los términos previstos originariamente, los que tuvieron que ser renegociados.

Los banqueros y proveedores, a regañadientes, se vieron precisados a conceder la prórroga que se les pedía para no tener que aceptar una pérdida por “malas deudas” o el alarmante precedente de un país en moratoria. Pero para conceder la prórroga hicieron, con el respaldo de la autoridad monetaria internacional, exigencias severas para asegurar el cumplimiento.

Por último, el Gobierno del Perú, también a regañadientes, protestando contra la incomprensión y el egoísmo de los prestamistas y de las autoridades monetarias, no tuvo otro remedio que aceptar esos términos. Sería, en efecto, muy difícil que un país que no cumpliera sus compromisos de pago internacionales volviera a recibir nuevos créditos.

En esos términos se ha podido despejar, por un tiempo, el problema de tesorería, de falta de liquidez en nuestra balanza de pagos. Las obligaciones más apremiantes han sido diferidas algunos años, de modo que el peso financiero de las deudas de esta dictadura sea cargado sustancialmente sobre los hombros del gobierno que exista en el país entonces, y que todos esperamos sea un gobierno democrático.

Tal ha sido el resultado de los esfuerzos hechos por el actual equipo dirigente del Ministerio de Economía y del Banco de Reserva frente al agudísimo problema de tesorería que encontraron al asumir su gestión. Lo cierto es que el Perú no tenía un solo centavo. Aun sin considerar las obligaciones acumuladas por los grandes empréstitos, sólo las deudas líquidas corrientes -lo que podría llamarse los “sobregiros” de la banca peruana frente a la banca extranjera- ascendían a más de mil millones de dólares. Era, pues, indispensable buscar recursos donde se pudiera, como se pudiera.

El Fondo Monetario Internacional ha extendido un crédito de 300 millones de dólares para sacar al Perú de sus apuros más urgentes. Antes se había obtenido préstamos de Venezuela, de otros países sudamericanos y de España, por ochentitantos millones de dólares, y aun del Fondo Andino de Reservas del Acuerdo de Cartagena por treintisiete millones y medio de dólares adicionales.

Estas y otras partidas semejantes representan nuevas obligaciones que ha asumido el Perú “por el momento”, para llamarlo de algún modo; es decir, como un fondo para hacer frente a las contingencias temporales; pero que deben devolverse a corto plazo, pues no pueden agregarse al enorme peso del endeudamiento ya contraído por la dictadura y que, mediante la renegociación reciente, se ha convertido en una carga para el futuro gobierno democrático: “El que venga atrás, que arree”, según reza el dicho.

Pero eso no quiere decir que el problema económico haya sido resuelto, ni muchísimo menos, o que se haya empezado siquiera a resolverlo. Tampoco quiere decir que el problema financiero sea llevadero aun durante el tiempo que resta a la gestión de la dictadura. Ni quiere decir que no se deban al país explicaciones sobre cómo y para qué se lo llevó a ese grado excesivo y extremado de endeudamiento.

El jefe de la dictadura, el General Morales Bermudez, sería la persona apropiada para proporcionar al país esa explicación, mediante una exposición completa de cómo y para qué se ha endeudado al país en los últimos diez años, ya que, desde comienzos de 1969 hasta el final de 1973, él fue el Ministro de Economía y Finanzas de la “primera fase”. Y, luego, su Primer Ministro por seis meses, en tanto que ahora lleva cuatro años y medio de conductor de la “segunda fase”. Nadie en mejor posición que él para conocer todos los antecedentes y detalles de este grave problema.

¿Y qué se ha hecho con el dinero que ha gastado la dictadura durante todos esos años, tanto con billetes de la “maquinita” como con los impuestos extraídos al país y con los recursos obtenidos en préstamos de bancos y proveedores extranjeros? ¿En qué se han ido los millones de millones de soles?

Es elemental el derecho que tienen los peruanos para obtener una respuesta. ¿Qué proporción se ha derrochado en “elefantes blancos” del tipo, por ejemplo, del famoso puerto pesquero en el departamento de Piura, que ha costado miles de millones, y que nadie utiliza porque para nada sirve? ¿Y cuántos otros casos hay por el estilo?

Mientras la dictadura encontró en 1968 sólo 18 empresas estatales, ahora hay 174, con un total de 120 mil empleados, sin considerar el personal obrero. ¿Cuál es el monto total de las pérdidas de cada una de estas nuevas empresas, con sus pomposos organigramas, sus enormes planillas de empleados y sus balances en rojo, ahí donde, muchas veces, las empresas privadas que fueron expropiadas para crear esos monstruos burocráticos, ganaban dinero y pagaban suculentos tributos al Fisco con una organización sencilla y un personal eficiente?

El Perú, como bien sabemos, está muy lejos de ser un país desarrollado. Grandes inversiones se requieren para movilizar creadoramente sus recursos humanos y naturales en las empresas que hagan posible el desarrollo, sin el cual no habrá el nivel de vida satisfactorio a que cada peruano tiene derecho a aspirar.

¡Cuánto pudo haberse hecho en estos diez afros, para ampliar los horizontes del país; para que los peruanos, cuyo número crece cada día también, tuvieran mayores oportunidades y mayor campo de acción! Basta pensar en las riquísimas zonas del Oriente, inaccesibles hasta ahora para el desarrollo del país, por falta de vías de comunicación.

Nuestra capacidad para financiar, en los centros bancarios mundiales, los recursos necesarios para las obras de desarrollo de efectiva envergadura nacional y social que tanto necesitamos, fue agotada por la dictadura. Y fue agotada en financiar “elefantes blancos” y en pagar, a los extranjeros, la expropiación de las empresas que ya habían creado en el país, con su propio dinero y a su propio riesgo. Así se dilapidó el dinero, en lo que no servía y en lo que, sirviendo, ya estaba hecho y no necesitaba realmente gasto alguno del país; y en cambio se omitieron las obras que sí habrían servido para dar trabajo eficaz a miles y miles de desocupados.

La población peruana no sólo aumenta aceleradamente en la capital y las demás zonas relativamente desarrolladas del país, sino que crece también a todo lo largo y ancho de nuestro territorio. Cada afro hay alrededor de medio millón de bocas nuevas que alimentar. Hay también trescientas mil personas que llegan a la edad de necesitar y de buscar trabajo; trabajo éste que debe ser productivo y para cuya creación se requieren inversiones.” Este es el gran reto que enfrenta el país, y esa debería haber sido también la preocupación número uno del gobierno. Pero la dictadura nunca ha pensado en ello.

Ha ignorado así la lección que nos dan los campesinos indios que dejan las serranías, donde ya no alcanza la escasa tierra aprovechable, para abrirse camino hacia la selva alta, donde se han instalado como han podido en nuevas tierras que, con sus propias manos, han arrebatado al monte. Y la tierra ha respondido generosamente a sus esfuerzos.

Con apoyo gubernamental, con vías y programas de colonización, con crédito y asistencia técnica, se podría multiplicar y perfeccionar esa lección en toda la fertilísima región de la selva alta. Trabajar esas tierras significaría abastecer a todo el país de alimentos que actualmente se tienen que traer del extranjero. Los colonizadores y las poblaciones formadas por ellos se convertirían en nuevos mercados para la producción y el comercio del resto del país. Surgirían nuevas industrias, se crearía demanda para toda clase de nuevos servicios.

Para poner un ejemplo, el transporte daría ocupación a mucha gente, ya desde el primer momento con los trabajos iniciales para habilitar las carreteras, ya con la atención creciente de las necesidades de intercambio de ida y vuelta. Y así cabría citar muchos otros casos.

Basta indicar que es así como los países nuevos, o rezagados, han encontrado el camino de su desarrollo y su bienestar: dando oportunidad a la gente con iniciativa, emprendedora, para que en plena libertad, pueda forjar su porvenir, sin la interferencia “fiscalizadora” de funcionarios que todo lo reglamentan, todo lo traban y todo lo encarecen.

Lo cierto es que, sin beneficio alguno para el país, se ha creado la inmensa deuda que ahora nos agobia, y se ha encarecido la vida con la frenética impresión de billetes para hacer frente al enorme desequilibrio fiscal, fruto del derroche del gobierno, agravado por las pérdidas originadas por el funcionamiento de las empresas expropiadas, que antes fueron prósperas.

El gobierno democrático, que todos esperamos tener pronto, tendrá que hacer las cosas de otro moda. No podrá mantener la indiferencia de la dictadura para con la inflación, que encarece todos los precios, y, literalmente, arrebata la comida de la boca de los peruanos más pobres. Ni podrá tener la complacencia de la dictadura para con la “maquinita” impresora de billetes, que es el enemigo mayor de los peruanos, precisamente porque causa carestía y empobrecimiento. Tendrá que arrojar la maquinita al muladar, como se hizo en 1959, cuando realmente se preocupó el Gobierno por detener el encarecimiento, estabilizar los precios y hacer del sol peruano una moneda firme.

Y, ¿cuándo podrá el futuro gobierno democrático estar en condiciones de abordar la gran empresa colectiva del desarrollo del país, de la que depende el futuro? Antes tendría que concentrar sus esfuerzos en el pago, en moneda extranjera, de los intereses y amortizaciones de la deuda contraída por la dictadura. No sólo el costo del servicio de estas deudas limitará la capacidad nacional para contraer nuevas obligaciones, sino que el crédito futuro del Perú ya está de hecho afectado por la actual crisis que ha dañado seriamente nuestra reputación en los círculos financieros mundiales.

Por todo ello, es indispensable y urgente poner punto final a la política económica que ha llevado al país a la triste situación en que hoy se encuentra, abrumado de deudas, con un encarecimiento agudo de la vida y con más y más desocupados cada vez.

Y hay que poner término definitivo a la inflación, pero no en un futuro lejano, ni mucho menos mediante “paquetes” sucesivos -que sólo la prolongan y que hasta la agravan-, sino poniendo manos a la obra ahora mismo.

No es posible seguir con alzas y más alzas de precios. ¡Basta ya!, dicen todos los peruanos. Y tienen razón. La vida encarece porque el Gobierno no pone freno eficaz al dispendio, ni renuncia a gastar por encima de lo que rinden los impuestos, ni se resuelve a prescindir de los billetes de la “maquinita”. Pero, ¿acaso no es más importante que muchos de esos gastos, el bienestar del pueblo, la salud de la gente modesta, la alimentación de los pobres que a duras penas pueden mantenerse con vida y para quienes cada nueva alza de precios es una funesta angustia?

¡Cuánto gasta el Gobierno en obras, grandes o pequeñas, convenientes o inútiles, pero que en todo caso se pueden dejar para más tarde! ¿No es lo más juicioso comenzar por el principio, es decir, contener la inflación, sacar al país del marasmo en que se encuentra y reactivar la economía? Así, sólo así, aumentarán la producción, el trabajo y el nivel de vida; y sólo así habrá -sin imprimir billetes, sin agobiamos de deudas- más recursos efectivos en manos del Gobierno para efectuar, entonces sí, obras más abundantes, más necesarias, de más envergadura y más eficaces para nuestro desarrollo.

El actual Ministro de Economía y Finanzas ha hecho un llamamiento público a los inversionistas extranjeros, asegurándoles que “tienen las puertas abiertas”. Para que ese llamamiento tenga posibilidades de ser escuchado, tendrán que cambiar antes radicalmente muchas cosas; porque, de otro modo y en las actuales circunstancias, la invitación que se hace a los inversionistas equivaldría a la eficacia de un cartel que avisa que es gratis el ingreso al campo de trabajos forzados.

Debe ponerse punto final a la desastrosa política económica seguida durante diez años por la dictadura; política que ha fracaso rotundamente y que nos ha traído a la crisis más aguda de toda nuestra historia. Los hombres que la pusieron en práctica se anunciaban como portadores de un programa nuevo, “revolucionario”, que traería bonanza para el país, aumento de la producción y elevación del nivel de vida, especialmente de los peruanos de situación económica más afligida. Al oírlos, arrogantes y ensoberbecidos, acusar de falta de patriotismo a todo el que osara discutir sus propósitos u oponerse a sus políticas, se creería que habían dado con una fórmula infalible para resolver de una vez todos los problemas del Perú.

Cuando implantaron la intervención estatal en todos los órdenes de la vida nacional, se apreció que sus nuevas fórmulas revolucionarias no eran sino las ideas que, décadas atrás, se habían puesto de moda entre los teóricos y políticos de muchos países, pero que ya se habían desprestigiado completamente por su rotundo fracaso dondequiera fueron puestas en práctica. La caída de la producción, el estancamiento general, los cientos de miles de peruanos que no encuentran trabajo, el alza incesante de los precios, toda la experiencia, en suma, de estos diez años lamentables, demuestran que también aquí esas ideas han dado exactamente el mismo deplorable resultado.

Mientras se mantenga la intervención burocrática de toda la actividad económica, mientras no haya libertad de prensa ni independencia efectiva del poder judicial, mientras no se devuelva ni se pague a los empresarios nacionales las instalaciones productivas que les han sido arbitrariamente despojadas (y se tenga el desparpajo de sostener, hasta en los tribunales, que adueñarse de lo ajeno sin pagar un centavo y violando todas las leyes, como se ha hecho con el cemento, con la pesca, con la televisión, con los propios diarios, es una “expropiación” legal), ¿quién va a confiar, quién va a arriesgar su dinero, quién va a pasar por las “puertas abiertas” que se ofrecen, sin cambiar mientras tanto de política?

Y esta falta de garantías no es cosa del pasado, ni ha ocurrido sólo en la primera fase. Con motivo del juicio que se sigue, sobre la llamada expropiación del cemento, entre el Gobierno y los propietarios despojados, ante la sentencia del juez que reconocía el derecho de propiedad que la Constitución ampara, este régimen, el de la segunda fase, en el mes de enero de 1979, desplegó toda la maquinaria publicitaria de la prensa cautiva en apoyo de la apelación con que el Gobierno insiste en sus inaceptables argumentos.

Mientras no desaparezca efectivamente, y de una vez por todas, la amenaza de la funesta política económica seguida en los últimos diez años -aunque se, trate de los rezagos de ella-, no puede contarse ni siquiera con la ilusión de recuperar la confianza; factor indispensable para reactivar nuestra economía y crear el necesario ambiente para atraer las inversiones movilizadoras de la producción y del trabajo.

El país está estancado por falta de inversiones, porque nadie corre riesgos cuando desconfía. No podemos esperar recuperación mientras no desaparezca definitivamente el foco de alarma creado por diez años de dictadura. La desconfianza es general. Todo está “fiscalizado”. Nada puede hacerse sin tropezar con controladores que no hacen sino crear dificultades. Ya sabemos que el control trae el peligro de la corrupción de los que controlan y el desaliento de los controlados.

Basta ir al Ecuador, a Bolivia, a Venezuela, donde se encuentra uno con peruanos a cada paso, y a casi cualquier otro país, para darse cuenta de cuántos de nuestros compatriotas han dejado el Perú en busca de las oportunidades que aquí se les niegan. Su misma presencia masiva en el extranjero es un testimonio ante el mundo de lo mal que marchan las cosas entre nosotros.

Burócratas de las oficinas del Gobierno intervienen, entre otras cosas, en la venta de los productos de exportación. Ellos deciden cómo se hace cada venta; ellos son también los que reciben el dinero de esas ventas y lo entregan a los exportadores, cuando se les ocurre y en las cantidades que, según su criterio, les corresponden. Nada de esto puede ayudar, en forma alguna, a las actividades productivas.

La estatización del Comercio Exterior -una de las llamadas grandes “reformas estructurales” del decenio revolucionario- sólo ha servido hasta ahora para que las cosas sean manejadas por gente que (a) no está directamente interesada en el éxito de las transacciones y (b) que no tiene, por lo demás, la menor experiencia en estos asuntos.

Los burócratas son nombrados, como se acostumbra hacer con los funcionarios del Gobierno, por razones políticas, cuando no personales; no por razones de capacidad técnica, y menos con la vocación de aumentar la producción y favorecer a los productores.

Necesitamos, pues, un viraje completo y definitivo. Se requiere que vayan al Gobierno hombres que crean en la libertad de acción de la gente emprendedora, como única manera de lograr el desarrollo del país en todos los planos, sin la amenaza de la intervención oficial y sus funestas consecuencias.

Cuando el comercio exterior no estaba estatizado, los compradores competían los unos con los otros, enviando al Perú representantes y abriendo oficinas para tratar directamente con los propios interesados. Ahora les basta con entenderse con los bucrócratas. ¿Qué ventaja sacan los productores y el país con que esto sea hecho paternalistamente por los burócratas nombrados por el Gobierno? Los países que han progresado, a los que acudimos para que nos presten, se basan en la libre competencia para organizar su comercio exterior, porque, sin duda, resulta ser la solución más eficaz.

La iniciativa particular parece haber muerto en el Perú. La política de intervención y controles, que la dictadura impuso y mantiene, obliga a permisos y procedimientos interminables y agobiantes. Para hacer algo, poner un negocio, salir del país, ampliar una fábrica, exportar o importar, es preciso llenar tantos requisitos y hablar con tantos funcionarios que, las más de las veces, los empresarios, inversionistas o negociantes terminan por desanimarse y “tirar la esponja”.

Es preciso crear una corriente de aliento a la iniciativa creadora, un ambiente general en favor del desarrollo e industrialización del país, como única manera de elevar el nivel de vida y de crear trabajo para los hoy desocupados.

Esta situación recuerda la que describe el notable economista Milton Friedman, Premio Nóbel de Economía, en uno de sus estudios (“Dólares y Déficit”), al referirse a Alemania de postguerra, bajo la ocupación militar de los países vencedores. Fue entonces, en 1948, cuando el Ministro de Economía alemán, Ludwig Erhard, aprovechando la circunstancia de un domingo en que descansaban los controladores, se atrevió a dar el paso histórico de echar por tierra todo el edificio de intervención y control que se había implantado y que estaba hundiendo al país.

Los militares no se atrevieron a oponérsele: “La abolición del control de precios en Alemania por Ludwig Erhard una tarde de domingo en 1948” dice Friedman “fue todo lo que se necesitó para liberar a Alemania de las cadenas que estaban causando el estancamiento de la producción a la mitad del nivel de antes de la guerra, y para hacer posible que ocurriera el milagro alemán”.

En otro lugar del mismo libro, Friedman había indicado: “Como se sabe, el llamado milagro alemán empezó en 1948. No fue una cosa muy complicada. Se redujo a introducir una reforma monetaria, eliminando el control de precios, y permitiendo funcionar el sistema de precios libres. La extraordinaria alza en la producción alemana en los años que siguieron a esta reforma no se debió a milagro alguno del ingenio o la habilidad de los alemanes, ni a nada por el estilo. Fue el resultado simple y natural de permitir la operación de la técnica más eficiente que se haya encontrado hasta ahora para organizar los recursos, en vez de impedir su operación tratando de fijar los precios aquí, allá y dondequiera”.

Fue una verdadera lección que hizo ver a todo el mundo cómo un país, que había perdido la guerra y que se hundía en la intervención estatal, sólo necesitó ser liberado de ésta para rehacerse y adquirir en poco tiempo la situación prominente que ha alcanzado en la economía mundial. Y todo ello, por cierto, sin imponer al pueblo alemán el encarecimiento de la vida que acarrean el dispendio fiscal y la inflación.

Por eso, los peruanos no podemos esperar el equivalente de un “milagro” económico en nuestro país, mientras no se rompan “las cadenas” del intervencionismo y el derroche con que la dictadura nos ha inmovilizado estos diez años.

Lo vital y urgente para el Perú es el abandono total de esa política funesta, que no sólo nos ha estancado sino que nos ha hecho ir para atrás, al producir menos, al eliminar plazas de trabajo productivo y al encarecer la vida. Lo vital y urgente es dejar atrás todas esas directivas absurdas y contraproducentes de la dictadura, y dedicamos por entero a forjar una política de libertad y de estímulo que traiga efectivo bienestar a los peruanos.

NOTAS

1. Balance publicado en el diario oficial El Peruano del 31 de enero de 1979.

2. He aquí, por ejemplo, cómo han bajado los ingresos reales de la población trabajadora:

(Según los textos mimeografiados distribuidos a los participantes de las Jornadas de Trabajo "El Perú: Realidad Actual y sus Implicaciones Futuras", ESAN, 18 y 19 de enero de 1979. Los autores del presente trabajo se han limitado a añadir las columnas sobre la base real 100 para 1970, a fin de facilitar la apreciación de las tendencias porcentuales).

3. El índice oficial del costo de vida, como se podrá apreciar, ha subido considerablemente desde 1968. En relación con el cuadro anterior, es evidente que se han tomado criterios diferentes para elaborarlos.

4. Cada vez más, los déficit del Gobierno representan una parte mayor de todo lo que produce el país (PBI), tal como lo demuestra el siguiente cuadro:

5. Es ilustrativa al respecto la siguiente cita del General Francisco Morales Bermúdez, cuando era Ministro de Economía y Finanzas y responsable, por tanto, de la conducción económica del país:

"La idea de ajustar los gastos a los exactos ingresos fiscales y recurrir sólo excepcionalmente a la utilización de otros ingresos, ha dejado ya de corresponder a nuestra realidad. Los empréstitos y los recursos de tesorería han entrado a jugar, y de hecho juegan, un papel permanente y preponderante en el financiamiento de los necesarios gastos públicos".

(Exposición del Ministro de Economía y Finanzas, General Francisco Morales Bermúdez, del día 12 de diciembre de 1973, publicada en la edición del 21 de diciembre de ese mismo año del diario oficial El Peruano).

6. Para ser más exactos, 8,863.9 millones de dólares según lo expresado en las Jornadas de Trabajo El Perú: Realidad Actual y sus Implicancias Futuras, ESAN jueves 18 y viernes 19 de enero de 1979.

7. De acuerdo a la exposición del Ministro de Hacienda del 25 de noviembre de 1968, la deuda que encontró la dictadura fue de 742.2 millones de dólares; es decir, una deuda 7.2 veces menor que la que, a diciembre de 1978, ha acumulado desde entonces el régimen revolucionario.

8. La progresión que muestra el siguiente cuadro revela cómo, a pesar de la holgura, concluimos al final con "reservas negativas", es decir, con deudas:

9. En su exposición al país, el 26 de noviembre de 1978 el Ministro de Economía y Finanzas, Javier Silva Ruete, dio a conocer el calendario dedos pagos que debía efectuar el Perú para atender la deuda contraída por la dictadura. Llega hasta 1987, correspondiendo sus montos mayores a los primeros años del posible régimen civil. Esto, de hecho, inmoviliza al país para contraer préstamos de desarrollo, al margen del optimismo con que el Ministro ve el crecimiento de la fuente (exportaciones) para respaldar los desembolsos.

El siguiente cuadro es -eliminadas las cifras de amortización e intereses- el que presentara el señor Ministro en esa ocasión:

10. El siguiente cuadro muestra cómo esas empresas públicas, creadas en la euforia de las "reformas estructurales", han ido progresivamente aumentando sus déficit y en qué proporción han contribuido, conjuntamente con el Gobierno Central, a incrementar el déficit total del sector público, que ha sido la causa principal de la inflación que azota a la economía y al pueblo del Perú:

11. El costo de inversión actual de cada plaza se estima en el sector manufacturero en alrededor de US$ 10,000, lo que significa, al cambio de estos días, la cantidad de S/. 2'040,000; cantidad que, multiplicada por los cientos de miles de plazas anuales requeridas, arroja un total que sólo puede ser atendido -dada la escasa rentabilidad de las empresas del sector- con nuevas inversiones.

12. Tomando como base el comportamiento de nuestras exportaciones entre 1969 y 1977 -es decir un período de 9 años, suficiente y reciente-, el siguiente cuadro, que proyecta el servicio de la deuda sobre bases históricas, muestra que los cálculos del Ministro Silva Ruete -que hemos reproducido en la nota (9)- son inconvenientemente optimistas:

13. La siguiente cita del General Velasco Alvarado muestra -especialmente si comprobamos la dolorosa realidad de esos últimos años- esa arrogancia y esa soberbia que le cultivaban no sólo sus áulicos sino también sus infiltrados: "Nuestra revolución es auténticamente peruana y con ella se inicia la segunda emancipación... Recuperando a plenitud nuestra soberanía, el Gobierno Revolucionario ha roto la sujeción de otros años y ha iniciado la gesta de la definitiva emancipación económica de nuestra patria... Con ella se inició una etapa de la vida republicana y, a su término, viviremos en una sociedad nueva, distinta y justiciera".

(Discurso pronunciado el 28 de julio de 1979, publicado en El Peruano del 30 de julio de ese mismo año).

viernes, 4 de enero de 2013

Discurso de Pedro Beltrán en el 75° Aniversario de “LA PRENSA” 

Lima, 23 de Setiembre de 1978

Queridos amigos:

Quiero empezar estas palabras cumpliendo con el más elemental de los deberes: el de la gratitud. Gracias a ustedes, gracias de todo corazón, en nombre de Miriam y en el mío propio, por habernos invitado a participar en esta hermosa fiesta de fraternidad. Y junto con nuestro agradecimiento reciban nuestra felicitación por esta feliz iniciativa de reunir, en ocasión del 75 aniversario de “LA PRENSA”, a todos quienes, de una manera y otra, física o espiritualmente, dentro o temporalmente fuera de nuestra querida casa de Baquíjano, nos sentimos parte de una sola y grande familia periodística.

Esta sensación de formar parte, no sólo de un equipo de trabajo sino también de una comunidad de ideales, pertenece a la esencia de lo que podríamos denominar el espíritu de “LA PRENSA”; es decir, de “LA PRENSA” nuestra –nuestra de todos nosotros- de LA PRENSA” libre, que, debemos estar seguros, terminará por prevalecer, pese a quien pese y por encima de cualquier obstáculo artificial y transitorio.

Quienes aquí estamos reunidos nos hemos conocido, en efecto, al coincidir en un centro de trabajo, donde hemos tenido que aunar esfuerzos para lograr, entre todos, un periódico bien hecho. Esa colaboración nos ha exigido compenetrarnos mutuamente cada vez más, y ésa ha sido la base sólida de nuestra unión. Porque además, en ese mismo empeño común, hemos descubierto que, con las diferencias de matiz que son propias de los hombres libres, nos animan a todos los mismos ideales: los de crear un gran periódico que, con libertad y con verdad, sirva a la dignidad y el bienestar de todos los peruanos.

Para estos propósitos precisamente fundó “LA PRENSA” hace 75 años su ilustre primer director, don Pedro de Osma. Para retomar esas banderas volvimos a fundarla en 1934, después de una usurpación. Y hemos de fundarla pronto una tercera vez, poniendo fin a la última usurpación que todavía padecemos.

Yo debería ahora brevemente hablar de la historia de “LA PRENSA”. Pero antes quiero rendir homenaje a un gran amigo, a quien luchó como nadie por la recuperación de “LA PRENSA”, y que Dios ha querido no llegue a ver ese gran día junto con nosotros, aunque nos ha antecedido simbólicamente en esa reconquista, cuando en hombros de ustedes ingresó hace unos días a nuestra casa, a su casa de siempre: Oscar Díaz Bravo.

Al ver las fotografías y leer las noticias sobre el sepelio de Oscar, se me ha quedado grabado profundamente un mensaje, muy sencillo y a la vez muy elocuente, los carteles que ustedes alzaron a ambos lados de su féretro con recuerdos de su lucha incesante por la libertad de prensa y con un lema que yo quiero hacer mío, porque dice todo lo que sentimos acerca de Oscar: “ESTO NO SE OLVIDA”.

No se puede olvidar, y no será olvidado. Porque este 75 aniversario de “LA PRENSA” estará ligado para siempre en nuestra memoria al recuerdo, al ejemplo y a la lección que nos deja Oscar.

Debo recordar también, y rendir homenaje, a otro periodista desaparecido en estos días: Manuel Solano, Secretario General de la F.P.P., y quien acompañó a Oscar Díaz en la campaña por la libertad de prensa.

Pero seguimos, como Oscar habría querido. Y hacemos bien en celebrar este 75 aniversario, porque algunos hechos de 1903, además de su valor de evocación, conservan su vigencia. Habían transcurrido entonces pocos años desde el triunfo de la Coalición, que interrumpió el régimen de golpes de cuartel que se había hecho costumbre –mala costumbre- entre nosotros, e inauguró la sucesión de gobiernos civiles, democráticos, surgidos del voto popular y respetuosos de las libertades, que son los únicos que merecen verdaderamente el nombre de República. Un diario independiente y combativo era la garantía más eficaz de esa República.

Con orgullo podemos hoy decir que el espíritu que Pedro de Osma infundió en “LA PRENSA” ha persistido a través de los hombres y las generaciones que se han sucedido en nuestra casa de Baquíjano y que han sabido guardar fidelidad a esos principios. Hablo naturalmente de “LA PRENSA” nuestra, nuestra y libre, no de la que sufre la imposición de una dictadura que sólo quiere oír el monótono rumor de la loa complaciente para acallar la protesta del país por el resultado desastroso de diez años de gobierno.

En cada una de sus épocas auténticas ha tenido “LA PRENSA” la fortuna de contar con un equipo de hombres entusiasta y capaces, convencidos y leales, que supieron sacar adelante esta gran empresa. No intentaré siquiera recordar todos los nombres dignos de recuerdo y merecedores de nuestro agradecido homenaje por este aniversario. No podría, sin embargo, deja de mencionar a algunos de los más destacados: Alberto Ulloa y Luis Fernán Cisneros, José María de la Jara, José Quesada y Guillermo Hoyos Osores, que personifican el vigor de “LA PRENSA” de los primeros tiempos. Tantos queridos compañeros de trabajo vienen a mi afecto y a mi memoria, que, para resumir, escojo nuevamente como quien mejor puede representar a todos, a nuestra gran ausente de hoy: Oscar Díaz Bravo.

El perteneció a la generación de jóvenes periodistas que Carlos Rizo Patrón atrajo a “LA PRENSA” en la década de los años 50, y que con él supieron llevar a cabo la ambiciosa tarea de transformar el periodismo del Perú. Quiero aprovechar esta ocasión para decir una vez más algo que siempre he sentido hondamente, y que en reuniones como ésta tiene la claridad de una evidencia: que “LA PRENSA” siempre fuimos todos, sin distinción del papel que tocaba cumplir a cada uno en su diaria creación. Algunos pueden figurar con más notoriedad, en razón de circunstancias, pero no sólo el cuerpo, sino también el alma de un periódico, su calidad y su prestigio, resultan de la suma de todos los que trabajan en hacerlo: en los talleres o en la redacción, en la administración o en los servicios, en la dirección o en la publicidad. Ese trabajo bien hecho, cualquiera de ellos, ha sido fuente no sólo de sustento sino también de dignidad y unión en la gran familia de “LA PRENSA”, donde el trabajo y el trabajador siempre fueron respetados. Esa es “LA PRENSA” que era y esa es “LA PRENSA” que tiene que volver a ser. La nuestra y la libre.

La presencia de todos ustedes en este acto, la lucha que libran por la reivindicación de nuestra casa común, es la mejor prueba de esa dignidad, la ratificación de ese propósito y la garantía de su éxito.

No es, pues, a nosotros a quienes nos van a venir a contar cuentos de “justicia social”. La justicia de dar a cada uno lo que ha ganado con su capacidad y su trabajo, y darle cada vez más a medida que ayuda a producir más, nunca ha sido para nosotros un pretexto de insincera demagogia: ha sido una práctica efectiva y en ascenso -ustedes recuerdan bien cómo todos participaban en las utilidades del diario hasta que vino la dictadura y nos quitó el diario, hizo desaparecer las utilidades y con ellas la participación de ustedes.

En cambio, pese al secreto de que rodean todos sus actos, se ha llegado a saber que quienes han usurpado “LA PRENSA” la han abrumado con deudas de decenas de millones de soles, que aterra pensar cuánto va a costar sólo en intereses. Hasta se habla de empleados fantasma que recargan los gastos. Y todo esto mientras han destruido la circulación, que tanto esfuerzo había costado levantarla. Todavía pretenden que los trabajadores sacrifiquen sus beneficios sociales a cambio de recibir papeles que los hagan aparecer como condueños de este desastre.

No quiero cansar a ustedes con la exposición detallada de nuestra línea editorial. Pero quizás valga la pena detenernos brevemente en citar algunas de nuestras campañas más significativas.

Un poco esquemáticamente, recordaré, en lo social, la campaña por la vivienda popular. En lo político, la lucha por la defensa o la reconquista de la democracia; y en lo económico, la batalla contra la inflación, causa de la situación angustiosa que hoy sufrimos.

En relación con el problema de la vivienda, “LA PRENSA” cumplió su deber informativo de decir la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad, abriendo los ojos no sólo al público sino también al propio Gobierno sobre la realidad de un grave problema que oficialmente no existía. Y cumplió también su deber editorial, de aportar, con la colaboración de los técnicos, opiniones encaminadas a la efectiva solución de ese problema. Es más: dada la extrema importancia y urgencia de la situación, “LA PRENSA” decidió pasar a la acción y predicar con el ejemplo.

Para el Gobierno de entonces, sólo se trataba de enviar a la policía y desalojar a los llamados “invasores” de terrenos. No interesaba dónde iba a encontrar techo la gente, cada vez más gente, para la que nadie habilitaba lotes ni construía ni mucho menos financiaba viviendas. Pero “LA PRENSA” no podía ignorar ni una noticia tan dramática ni un problema nacional de tan graves alcances. En la víspera de la Navidad de 1954 miles de familias sin techo se dirigieron a las pampas de San Juan de Miraflores para fundar la que se llamó “Ciudad de Dios”. Durante más de una semana, “LA PRENSA” fue el único diario en ocuparse informativamente del asunto. Para el Gobierno, dar esa información parecía prácticamente subversivo. Algunos buenos amigos nuestros llegaron a decirnos que estábamos haciendo el juego a los comunistas.

Por el contrario, hacíamos el juego de la democracia, que consiste en que haya libertad y se use la libertad para que todo problema se conozca, se discuta ampliamente y encuentre soluciones verdaderas y eficaces para el bien de la mayoría.

Promovimos concursos entre arquitectos e ingenieros para lograr modelos de casa con buenos materiales de bajo costo y con planos que permitieron una casa que crece a medida que crece la familia.

Finalmente, abordamos el decisivo problema de la financiación de las casas para las familias de modestos recursos mediante la introducción en el Perú de las mutuales de vivienda, las primeras en América Latina. Y no puedo dejar de recordar con orgullo que fueron los trabajadores de “LA PRENSA” los primeros ahorristas de la Mutual “Perú”, cuyos préstamos han facilitado a no pocos de ustedes adquirir sus propias casas.

“LA PRENSA” también ha sabido cumplir su deber en el terreno político. Cuando a mediados de la década del 50 la dictadura de entonces, como todas las dictaduras, planeaba la manera de no soltar el poder, “LA PRENSA” salió al frente para exigir elecciones, pero no cualquier clase de elecciones, sino elecciones libres y limpias, que reflejaran la verdadera voluntad del pueblo del Perú de escoger a sus propios gobernantes y vivir dentro de una democracia.

Desde luego, la dictadura tenía que resistirse a eso, que representaba su fin. Del seno de “LA PRENSA” salió la redacción del famoso documento del 20 de julio de 1955, suscrito por 111 personas que exigían libertad para todos los peruanos y garantías para un proceso electoral digno de ese nombre. Un miembro del Directorio de “LA PRENSA” don Pedro Roselló, asumió patrióticamente, y con gran éxito, la tarea de llevar ese reclamo nacional por las plazas de todo el Perú, sin intimidarse ante las amenazas de represión. El dictador me mandó decir entonces que si “LA PRENSA” no silenciaba su campaña, me encerraría, no para deportarme, sino para que pudriera en la cárcel. Como, naturalmente, “LA PRENSA” no calló, fue asaltada a medianoche y unos cincuenta de nosotros, que permanecíamos en el local, fuimos enviados a la isla-cárcel de El Frontón.

El personal de “LA PRENSA” se impuso poco después a quienes ocupaban el local y lo recuperó, pero el diario estaba impedido de publicarse. La condición que exigía el dictador era que se aceptara la censura previa. Miriam, mi esposa, y el Director interino Miguel Fort, con el apoyo del Directorio y de todos los trabajadores, se negaron a aceptar la imposición.

El dictador no imaginó la reacción que se alzaría en toda América contra el atropello. Los periódicos protestaron con unánime energía, y la Sociedad Interamericana de Prensa celebró una sesión extraordinaria para tratar el asunto. El ambiente se caldeaba día a día y la dictadura tuvo que ceder. “LA PRENSA” reapareció sin censura y sin temor, más resuelta que nunca. Poco después, fuimos puestos en libertad los últimos periodistas que seguíamos en El frontón. Se celebraron elecciones. Fue derrotado el candidato apoyado por la dictadura. El Perú volvió a la democracia y a la libertad de prensa.

Otro problema que nos preocupa hoy, como a todos los peruanos, es un viejo conocido nuestro. Conocido es el problema de la inflación. “LA PRENSA” –la nuestra, libre- ha sido siempre el más franco e incansable enemigo de ese mal, que castiga más duramente a quienes tiene menos. ¡Cómo no vamos a denunciarlo y combatirlo ahora, cuando hace más daño que nunca! Nada importa que quienes usurpan nuestro diario usen su nombre para alabar al gobierno que ha producido la mayor, la peor y la más cruel inflación de nuestra historia.

La última estadística oficial sobre el nivel general de precios, es decir, sobre cómo suben los gastos que todos tenemos que hacer para comer –para seguir, pues, con vida- para poder vestirnos y para tener un lugar donde vivir, indica que en agosto de este año los precios habían subido en 60.2 % sobre los precios de agosto del año anterior. En otras palabras, para poder seguir viviendo como hace doce meses, por cada cien soles que gastábamos entonces, tenemos que gastar ahora ciento sesenta soles y veinte centavos.

Así ha ido encareciendo incesantemente la vida durante estos últimos diez años de dictadura que padece el país. Y no crean que la causa de este mal sea desconocida o que esté, como se dice, “fuera del control del Gobierno”. Está tan dentro de su control, que es el propio Gobierno el que la causa. Si el Gobierno no cambiara de rumbo, no sólo continuaría el encarecimiento de la vida sino que su velocidad sería cada vez mayor.

Ocurre simplemente que el Gobierno ha estado gastando demasiado, mucho más que los ingresos que obtenía. ¿De dónde salía el dinero para pagar la diferencia? Pues de la maquinita impresora de billetes. A esto llamaba el entonces Ministro de Economía y actual jefe del Gobierno “un déficit manejable”. Ya vemos que bien lo han manejado, cuando se les ha desbocado y no saben cómo frenarlo.

No se puede “manejar” la inflación,. No se puede imprimir billetes, sin aumentar los precios, sin depreciar nuestra moneda, sin encarecer la vida y arruinar al país, como lo estamos viendo con nuestros propios ojos. La inflación hay que frenarla. De otro modo, ocurre como con una borrachera. El primer trago gusta, y aparentemente ni pasa nada. Pero luego vienen otro y otro. Cuando empiezan a subirse a la cabeza hasta parece que todo va como en el mejor de los mundos. Pero de ahí en adelante, el efecto de cada trago es peor que el anterior.

“LA PRENSA” dijo todo esto repetidamente. Publicábamos regularmente las cifras y los diagramas que mostraban, de un lado, cuántos billetes nuevos se imprimían y, de otro, cómo y cuánto encarecían los precios. No perdíamos oportunidad para explicar el problema, advertir el peligro y señalar la solución.

Pero desde que la dictadura se apoderó de “LA PRENSA” el tema no ha vuelto a ser tratado, y la información del Banco de Reserva con los datos sobre la impresión de billetes aparece en el diario sólo tarde o mal o nunca. No debe sorprender porque en general a las dictaduras no les gusta que se sepan muchas cosas. Si no ¿por qué y para qué creen ustedes que confiscaron los periódicos? Ahora bien, por lo menos sabemos que en mayo de este año el total de billetes en circulación y depósitos se acercaba a los 117 mil millones de soles, es decir casi 9 veces más que al comenzar la dictadura.

Ustedes saben que no vivimos ahora 9 veces mejor que antes. Saben que ni siquiera vivimos igual que antes. Saben que los peruanos vivimos mucho peor que antes, y que los que más sufren en las condiciones de vida son los que menos tiene. Cuando hay que reducir el consumo porque el dinero no alcanza, ellos, los más modestos, no pueden reducir lujos, que nunca han tenido, ni siquiera gastos que pueden postergarse. Ellos tienen que reducir la comida y la de sus hijos. La ciencia ha demostrado -“LA PRENSA” lo divulgó oportunamente- que si el niño en los primeros años de vida no recibe el alimento necesario ya no desarrollará jamás su inteligencia.

Esto es, pues, la inflación. Para quienes se sienten magos de la nueva economía, jugar con los déficit del presupuesto parece una habilidad moderna. No es así. Es una vieja torpeza. Nunca el derroche presupuestal, la inundación de billetes salidos de la maquinita, han dado otros resultados que el encarecimiento y la ruina que estamos sufriendo. Es contra esa inflación que debemos luchar, como siempre ha luchado “LA PRENSA”, nuestra y libre.

Esa lucha es precisamente lo que la dictadura trata de impedir. La última ley de prensa es típica, en ese sentido. Empieza con grandes declaraciones retóricas a favor de la libertad de prensa, y luego según avanzan sus artículos, se va enredando en una maremagnum de disposiciones ambiguas o contradicciones, de las que sólo se saca en claro que no se quiere que vuelva a haber empresas periodísticas prósperas e independientes, capaces de servir al público con la noticia verdadera y la opinión orientadora, sino al contrario, que no se puedan formar tales empresas, sino en todo caso periódicos inoperantes en su organización, débiles y vulnerables en su economía, prudentemente callados en su información y dócilmente inclinados en sus opiniones. Es decir, exactamente lo que “LA PRENSA” –la nuestra, la libre- nunca ha aceptado ser, y que tampoco va a aceptar en convertirse ahora.

El propio General Morales Bermúdez ha definido, en su Mensaje del 31 de marzo de 1976, lo que significa una prensa parametrada como la que ha existido bajo los estatutos de la dictadura: una prensa –ha dicho- “sumisa solamente al Estado tenía que convertirse en incansable y monótono adulador”. Así seguirá siendo el periodismo si se mantienen los parámetros, apenas diferentes, de la nueva ley de prensa.

Sabemos que la libertad terminará por prevalecer y que una genuina libertad de prensa se restablecerá, tarde o temprano, en el Perú. Sabemos que en el Perú, y en toda América, y en el mundo, la opinión pública está lúcida y alerta y no se dejará engañar. No habrá libertad de prensa en el Perú –ni, por tanto, habrá de democracia digna de ese nombre, ni respeto por los derechos humanos– mientras no se ponga fin al despojo por el que acalló a los diarios y mientras subsistan, con cualquier pretexto, leyes de prensa que sólo buscan el silencio interrumpido apenas por la adulación.

Por eso, la libertad de prensa tendrá que ser obra de nosotros mismos, de nuestra indesmayable exigencia, de nuestra lucha por ser fieles a quienes, como Oscar Díaz Bravo, nos han mostrado el camino de una noble intransigencia al servicio exclusivamente de la libertad. Ese es el deber que los que aquí nos hemos congregado tenemos para con nosotros mismos, y especialmente para con esa muchedumbre anónima pero cierto de los lectores de “LA PRENSA”, nuestra y libre, de “LA PRENSA” verdadera; ese público a quien sólo la fuerza nos impide servir como queremos y sabemos servirlo y como quiere y merece ser servido: con la verdad de la información y con el vigor de nuestra opiniones.

Muchas gracias.